A todos nos ha pasado. Tener esa sensación de hambre, el gusanillo, que sentimos que no nos abandona. Da igual las veces que nos levantemos a coger un tetempié o lo mucho que pensemos que hemos comido, podemos llegar a sentir que es una sensación persistente.
La regulación del apetito en el cuerpo es un tema complejo: hay diferentes hormonas implicadas en ello, como la grelina y la leptina, además de otros factores que juegan un papel clave. Por ejemplo, podemos tener cambios de apetito influidos por temas emocionales, por otros procesos hormonales (como la menstruación), etc.
Está muy bien conocer nuestro cuerpo y saber reconocer las señales que nos manda. Sin embargo, no debemos obsesionarnos con ello y por eso hoy te damos unos consejos para saber detectar cuándo tienes hambre y cuándo puedes estar confundiendo otras cosas con el hambre.
9 motivos por los que sientes que tienes hambre
No comer lo suficiente: Aunque parece algo evidente, a veces podemos tener la idea de reducir las cantidades de comidas por los motivos que sea. Quizá estamos probando de hacer una dieta hipocalórica, o estamos comiendo menos por estar tristes. Esto puede desencadenar en una reducción excesiva de comida y calorías que no se ajusta a lo que nuestro cuerpo necesita. Si tenemos como objetivo la recomposición corporal o el control de peso lo mejor es que acudamos a un profesional para saber exactamente lo que debemos comer sin caer en restricciones innecesarias.
No comer los alimentos adecuados: Es posible que durante el día cuando sentimos un poco de hambre por ejemplo a media mañana o media tarde, tengamos snacks de referencia que no ayudan a resolver la situación como por ejemplo barritas saciantes o bebidas azucaradas. Al ser algunos de estos productos poco densos en nutrientes nos aportan una sensación de saciedad pasajera. Algunas ideas de snacks podrían ser frutos secos, una pieza de fruta o un yogur natural.
No beber lo suficiente: Es muy común confundir deshidratación con hambre. Si en algunos momentos del día sentimos hambre que nos confunde, lo mejor es probar a beber un vaso de agua y ver si se pasa esa sensación. Nunca está de más para asegurarnos que mantenemos una hidratación óptima.
Falta de sueño: Dormir bien afecta a más parcelas de nuestras vidas de las que imaginamos. Después de una mala noche es posible que nos sentimos cansados y más inclinados a elegir comidas más palatabilidad y con más grasas. La falta de sueño estimula una señal en el cerebro que provoca este fenómeno. Asegurarnos de dormir 6-8 horas al día a diario puede ayudarnos a evitar estas situaciones.
Tomar medicación: Si tomamos algún tipo de medicación que pensamos que puede estar afectando a nuestra sensación de saciedad, es importante reportarlo al médico que nos ha recetado la medicación para saber cómo abordar esta situación tan específica.
Comer demasiado rápido: Dedicar un tiempo razonable al día a disfrutar de las horas de la comida y masticar los alimentos correctamente es muy importante para levantarse de la mesa sintiéndonos saciados y para que esa sensación perdure durante el máximo tiempo posible.
Tiempos de estrés: En tiempos de más estrés y más demanda emocional, es posible que acabemos utilizando la comida para intentar calmar esa sensación o incluso que confundamos los síntomas con hambre. Incorporando algunos sencillos rituales para calmarnos como la meditación puede ayudar a evitar que caigamos en este tipo de comportamiento. Si persiste la sensación de estrés o se hace difícil de manejar, lo mejor es consultar con un profesional sanitario.
Estar aburrido: Seamos sinceros. ¿Tenemos hambre o estamos un poco aburridos? A veces nos encontramos en casa y como forma de procrastinación o distracción acabamos en la despensa de casa rebuscando entre la cabina de los aperitivos. Nos pasa a todos, pero si sentimos que este hábito se está volviendo crónico y nos frustra esta sensación, tenemos que intentar ser conscientes de ello.
Tener la regla: Las fluctuaciones hormonales que tienen lugar durante la menstruación pueden causar cambios en la sensación de saciedad. Por ejemplo, justo antes de que nos venga la regla, aumenta la producción de la progesterona y disminuyen la cantidad de estrógenos que producimos, lo que da lugar a más hambre. Especialmente, antojos de alimentos ricos en azúcares y carbohidratos, o estimulantes, como el chocolate.